Foto preferida: trabajo duro en el Hindukush

Frente a la tetería, la chaikana, hay toda una fila de camiones aparcados. Todos son Mercedes-Benz, y todos refulgen con un sinfín de piezas cromadas y de plástico, decorados como los árboles de navidad occidentales. En algunos de ellos aún puede leerse el nombre de la empresa a la que pertenecieron en su vida anterior. Todas ellas, sin excepción, son empresas alemanas. La pasión de los afganos por los camiones con la estrella viene de hace tiempo. Ya antes de la invasión de las tropas soviéticas a finales de 1979, la mayoría de los camiones en los parques móviles de vehículos industriales eran Mercedes-Benz.

Beatniks con olfato comercial.

Fueron los hippies en los años sesenta los que hicieron famosa la marca Mercedes-Benz en el Hindukush en sus viajes por carretera hacia la India y Nepal. Miles de jóvenes de todo el mundo emprendían el viaje hacia el subcontinente de los gurús y los monasterios; y muchos de ellos partían de Europa en camión. La idea era tan sencilla como genial: un camión Mercedes-Benz de segunda mano costaba en Alemania unos 1.000 dólares. Con algo de mano izquierda, en Nepal se podía revender por más de 5.000 dólares.

El respeto de las tradiciones.

Debido a su situación geográfica entre China, India y Oriente Medio, Afganistán se encuentra en la encrucijada de las culturas más diversas y en un cruce de caminos de rutas comerciales preñadas de historia. Antaño, las caravanas de camellos recorrían la Ruta de la Seda a través de este país centroasiático. Durante la invasión soviética y el dominio talibán, estas vías quedaron cerradas. Poco a poco van recuperando su relevancia estratégica desde el punto de vista logístico, y cada vez son más los convoys de multicolores trenes articulados de la marca Mercedes-Benz que cubren este recorrido.

Fotos: Claude Barutel

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