Siempre fuera del asfalto: la pareja de aventureros suizos «conquista» Asia central – Parte 7

Serie: 4-Xtremes

La infinita inmensidad.

De las montañas de Altái hasta el desierto de Gobi: los Kammermann hacen frente a todas las adversidades y descubren la fascinación por el enorme vacío. Parte 7 de nuestra serie.


Los golpes de martillo y el zumbido de un atornillador de percusión forman la banda sonora de este relato. Eso solo puede significar una cosa: estamos haciendo una parada en boxes, en un taller de Ulán Bator, la capital de Mongolia. Hemos pasado los dos últimos meses casi por completo en caminos en mal estado. En Mongolia, incluso las carreteras principales son básicamente caminos sin asfaltar. Eso pasa factura.

Carreteras sin asfaltar: la guinda del pastel.

A esto hay un doble «pero»: conducir fuera de las carreteras asfaltadas europeas sigue siendo para nosotros la guinda del pastel. Y nuestro Axor afronta bien las dificultades. Realmente son cosas muy pequeñas las que hay que reparar. Por ejemplo, hay que volver a soldar las sujeciones de las cajas guardaobjetos. Se han ido rompiendo una tras otra debido a las constantes sacudidas.

Desde nuestra última historia «On the road», hemos recorrido unos 1000 kilómetros por Kazajistán, y después hemos hecho una ruta por suelo ruso, desde donde nos adentramos en Mongolia. En Kazajistán visitamos lugares increíblemente bonitos: los parques nacionales de Charyn y Altyn-Emel. Tanto Mike como yo, Andrea, y también Aimée, disfrutamos mucho de poder caminar por la zona y descubrir la naturaleza.


Nuevos amigos en Facebook y caminos a través del desierto: los Kammermann tuvieron todo tipo de sorpresas en Mongolia.
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-20 grados durante la noche en las montañas de Altái.

Mientras escribo esto, las temperaturas son inferiores a cero. Eso es un frío glacial en comparación con Turquía o Irán, pero nada comparado con las noches en las montañas de Altái: Allí alcanzamos los -20 grados. ¡Un buen anticipo del «verdadero» invierno ruso que vamos a experimentar!

Aun así, el paisaje nos ha compensado por el frío. Una vez hicimos noche en un antiguo paso de montaña con unas vistas espectaculares. Durante el día, ya no era tanto el estado de la carretera lo que nos frenaba, sino yo misma pidiendo hacer paradas para sacar fotos. Un día maravillosamente soleado en el macizo de Altái hicimos un descanso porque queríamos lavar nuestra montaña de ropa sucia. Para ello, primero tuvimos que picar algo de hielo para conseguir agua fresca.



Un puesto fronterizo de la nada.

El cruce de la frontera hacia Mongolia fue una experiencia curiosa. Antes, queríamos reponer todas las provisiones, pues en Rusia los supermercados tienen casi de todo. En los primeros puestos de la lista: verduras congeladas. En algunos diarios de viaje habíamos leído que en las zonas rurales de Mongolia era difícil conseguir verduras. Además, también teníamos que repostar diésel. Buenos, pues de repente nos encontrábamos en el puesto fronterizo, a 50 kilómetros de la frontera real.

Allí nos mandaron de un agente de fronteras a otro. Y eso no fue todo, queríamos volver a contratar un seguro de accidentes. Hasta el momento, lo habíamos hecho sin problemas en todos los pasos fronterizos fuera de Europa, donde nuestra póliza suiza no tiene validez. En la mayoría de casos, las oficinas de seguros estaban alojadas en contenedores, un poco austero, pero funcionaban bien.

Aquí no: en primer lugar, la mujer de la ventanilla nos pedía el doble del precio que habíamos encontrado en Internet; después rellenó el formulario con garabatos ilegibles. Y al final, después de que otro hombre que estaba allí intentara vendernos todo lo habido y por haber, nos rendimos. Pero, por suerte, dos días más tarde tuvimos la oportunidad de contratar el seguro en un pueblo.


Entusiasmo a segunda vista.

Fue una primera impresión bastante extraña de Mongolia, ¡pero no duró mucho! Al contrario: aunque avanzábamos con dificultad, el paisaje era impresionante. Mongolia es el país menos poblado del mundo, y casi la mitad de sus tres millones de habitantes (en un país casi cuatro veces mayor que Alemania) vive en la capital. Como consecuencia de ello, te encuentras rodeado por un enorme vacío. Apenas hay coches en las calles, no hay vallas, la gente aparca por todas partes, donde prefiere, y excepto rebaños de cabras y camellos, no te encuentras prácticamente con nadie.

Caldo de verduras durante un mes.

Por cierto, los diarios de viaje tenían razón. Al ampliar nuestras provisiones, las patatas, las cebollas y las zanahorias arrugadas siguieron siendo nuestro sustento. Así que nuestras comidas consistían sobre todo en caldos con estos tres ingredientes, durante un mes. De hecho, este menú se asemeja bastante al de las pocas personas que viven en este árido paisaje.

Y es que, de camino al desierto de Gobi, conocimos a algunas de ellas. Teníamos que conseguir agua y conocimos a una familia de nómadas que nos dejó abastecernos en su pozo. Apenas nos habíamos parado y ya estaban allí cuatro chicos con sus caballos. Como es lógico, la conversación se limitó a unas cuantas palabras. No obstante, entendimos que querían hacerse fotos con nosotros. Uno de los chicos cabalgó hasta una yurta cercana y volvió con un iPhone. ¡Ahora somos amigos en Facebook!

Por lechos de ríos secos a través de las montañas.

El desierto de Gobi se extiende por buena parte del sur de Mongolia y no solo está formado por dunas de arena, como uno podría imaginar. La mayor parte del desierto es pedregosa y está salpicada de arbustos. Se extendían cadenas montañosas, que parecían insalvables, pero que aun así resultaban fáciles de atravesar: por caminos sobre los lechos de ríos secos. Encontrábamos indicaciones muy de vez en cuando. Pero era posible encontrar el camino a través del desierto sin letreros y sin GPS: gracias a las infinitas huellas. Si te mantenías en la zona donde resultaban más visibles, acababas llegando hasta el siguiente pueblo.


El romanticismo del salvaje oeste en Oriente: en Kazajistán, los Kammermann disfrutaron del calor por última vez, de momento.
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Nada funciona: toca cavar.

En cambio, la primera vez que nos quedamos atrapados no veíamos ni un alma por ninguna parte. En verano esto es algo que pasa con frecuencia, se reconoce por los profundos surcos que había en el camino. Fuimos rodeando unos tras otro, y también los charcos donde había camellos bebiendo. Hasta que, de repente, el camión quedó enterrado por el lateral derecho.

Al no contar con ayuda, tuvimos que confiar en nuestras planchas de arena. Y efectivamente: cavamos un poco, aceleramos bien y volvimos a tener suelo firme bajo las ruedas. Pero ahora tocaba encontrar las planchas. Dos se habían hundido en el lodo al pasar por encima de ellas y ya no podíamos verlas. Tuvimos que cavar durante dos duras horas hasta que por fin dimos con ellas.

Poco antes de llegar a Ulán Bator, tuvimos un día que reflejó perfectamente nuestra fascinación por Mongolia: por la mañana, condujimos por dunas de arena, que resultaba muy agradable después de toda la grava. Por la tarde, pasamos por una meseta nevada y, finalmente, otra vez de vuelta a la seca estepa. Así que ahora nos encontramos en la capital haciendo una parada en boxes, y estamos deseando volver a estar listos dentro de un par de días.


La octava parte de la serie RoadStars saldrá el 17 de diciembre. ¡Seguid al tanto!




Fotos: 4-Xtremes

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